Pensé que no tendría mucho de qué hablar sobre una tarde en la plaza pública de Cayey. Sin embargo, no hice más que sentarme en los mojados banquitos de la plaza cuando un hombre sacudió su camisa y dejó ver a varias personas que cargaba un revólver. Fue en la misma plaza donde estaba un niño de no más de ocho años sentado sólo en la pérgola comiendo las clásicas semillitas de girasol. Al ver lo ocurrido me incomodé y quería irme pero me detuve.Inmediatamente consideré qué hacia el niño solo en la plaza y cómo aquel hombre mostró su arma como si enseñara una correa que está de moda. Muchas cosas pasaron por mi mente pero destacaba la insensibilidad que está arropando a nuestro país y el que ya es “normal” para personas experimentar este tipo de cosas. El niño quizás ya este acostumbrado, quizás no, pero formó parte de una escena que ya es cotidiana para muchos.
Unos minutos más tarde, le pregunté a una anciana que pasó por mi lado si se encontraba bien. Fue ahí cuando me contó su vida completa y contestó diciendo que sí “después de haber esta’o cuatro años en coma”, que muchos se sorprenden excepto algunos de sus hijos que después que la lloraron muchísimo en el hospital no aparecen “ni pa’ arreglar los cables eléctricos” que tiene "guindando" en su casa. Me contó, acto seguido que su hermano había muerto en una “guerra ‘e balas”. Repetía que quiso ser una mujer de leyes para ayudar a las personas pero su madre la sacó de la escuela a los catorce, y le dio permiso para trabajar, a fin de conseguir sustento para ella y sus hermanos —acción que recriminó varias veces. También expresó con lágrimas en sus ojos que su padre la había abandonado “desde la fecundación” y que era lo único de todo lo que ha vivido que le preguntaba a Dios por qué le había sucedido. Al mismo tiempo, fortaleció que “según Dios da la llaga, da el renuevo”.
Reafirme entonces las consideraciones pasadas y noté que lo que Puerto Rico era en el pasado, no es muy diferente a lo que es hoy. De igual forma, nuestro pasado ha marcado una rutina que testifica sobre la insensibilización que continúa repitiéndose muchas veces inconscientemente aunque muchos consideren que “los tiempos han cambiado y son bien diferentes”, como habló uno de los hombres que trabajaba en la plaza que con nostalgia recordaba su niñez cuando corría “por to’ eso”. Continuamos cargando lo que nos ha afectado como pueblo y pocos son capaces de volver a sentir angustia por lo que ven. El buscar reaccionar no ha sido opción para animarse a cambiar lo que está mal e ignoran que somos los que tenemos la responsabilidad de hacerlo porque nadie lo hará por nosotros.
El "hay bendito" sin acción nos destruye como pueblo activo y funcional. Pero no se puede cambiar al mundo sin que el cambio nazca en los individuos. Como la señora que se lamenta al final de su vida, pero sus decisiones las llevaron a eso. Nos pueden pasar cosas malas, o podemos crecer en ambientes "peligrosos" pero en cada individuo esta su destino; todos somos capaces de forjar la vida que queramos. Por eso ya no digo hay bendito. Ahora siempre trato de motivar a la gente a hacer lo que realmente quieren.
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